
Las niñas corren, saltan, dan volteretas. Juegan a la pinta, a las carreras, a las escondidas. Se imaginan en otros mundos. No les importa el barro, despeinarse o que se les suba la falda. Corren con los niños, se ríen de lo mismo.
De pronto las niñas crecen, el cuerpecito de niña cambia y rápidamente aprenden que ahora las miran diferente. Cruzan las piernas al sentarse. Ya no saltan por si se levanta la falda. No es de señorita andar corriendo. Los niños juegan afuera, las niñas miran desde la ventana.
Les llega la regla. La toallita escondida bajo la manga. En un susurro le pide a la amiga si le presta una. Que nadie sepa que está “en sus días”. Entre todas un silencio cómplice. Ahora son mujeres.
Las niñas crecen y pronto se enteran que el mundo es peligroso. Hay que vigilar el vaso. No vaya sola de noche. Incluso los cercanos levantan sospecha. El compañero de clase, un familiar, el hermano de una amiga. No te pongas ropa corta. ¿Qué van a pensar con ese escote? Reciben comentarios en la calle. La miradita de arriba a abajo. Avisa que llegaste.
Mientras los niños todavía juegan en el recreo, las niñas se sientan afuera de la sala.
¿Maduramos antes o nos hicieron crecer más rápido? Quizás dejamos de jugar porque nos enteramos antes que el mundo podía ser malo.
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